UN MOSQUITO ENAMORADO

Un día claro, clarito, un bicho llegó volando hasta el caño Araguaimujo, aquí mismo, en el Delta del Orinoco. Andaba buscando qué comer, cuando de pronto vio a una hermosa mujer warao. Era una joven un poco gordita y con una dulce sonrisa.

El bicho, que era nada más y nada menos que un mosquito, pensó en picarla. Pero al acercarse quedó encantado con ella, con su sonrisa y con sus hábiles y regordetas manos que preparaban unas tortas de yuruma sobre el fogón.

¡Era una joven realmente hermosa y qué bien olían aquellas tortas!

El mosquito decidió volverse hombre y enamorarla. Él dijo llamarse Eufemio y ella, «Aguacerito de mayo», pero sus parientes la llamaban Mayito.

A ella le gustó aquel hombre flaco, de origen enigmático y convenció a sus padres para que le permitiesen casarse con él. Así fue y juntos, pasaron días muy felices.

Una noche, Eufemio no podía dormirse. Extrañaba su vida anterior, sus vuelos nocturnos, su alimento de siempre. Daba vueltas y vueltas en su chinchorro. Mientras, a lo lejos, escuchaba el canto de waka, la rana, que en lo alto de una rama se quejaba del hambre ¡Pobre rana, en toda la noche no había encontrado que comer!

Eufemio seguía sin dormir. Mayito, en un chinchorro frente a él, se despertaba de vez en cuando para atizar el fuego que los mantenía calienticos. Luego, con un bostezo, volvía a hundirse en sus sueños.

En una de esas, Eufemio ya no pudo resistirse y regresó a su antigua forma. Se convirtió en mosquito y la picó hasta chuparle casi toda la sangre.

Al día siguiente, Mayito amaneció flaquita, mientras que su marido, otra vez con forma de hombre, estaba robusto. Con la primera comida la mujer empezó a engordar. Comía y comía sin parar, mientras Eufemio iba enflaqueciendo cada vez más.

Al caer la tarde, ella era de nuevo la misma de siempre, hermosa y regordeta, mientras su marido lánguido y flaco esperaba a que oscureciera.

A lo lejos comenzaba a escucharse el canto de wuaca junto al de las aves que se disponían a dormir. Todas se quejaban de lo mismo: ¡habían comido tan poco! Así parecían decirlo los trinos del conoto, el arrendajo, el pájaro carpintero y hasta del martín pescador enano.

Durante varios días ocurrió igual. Al atardecer, el canto quejoso de wuaca y de las aves se dejaba oír, mientras Eufemio esperaba a que estuviese totalmente oscuro para convertirse en mosquito.

Por su parte, Mayito amanecía cada vez más flaca y hambrienta, por lo que sus parientes comenzaron a sospechar que algo extraño ocurría. Trataron de hablarle sobre el asunto, pero ella, a pesar de su flacura, no quiso escucharlos. Entonces decidieron espiar a Eufemio y descubrir lo que pasaba.

Fue así como una mañana, al regresar del conuco, la hermana de Mayito le anunció que luego de la comida, iría hasta su casa para que la ayudara a preparar unas fibras de moriche con las que iba a tejer un chinchorro. Mayito aceptó y, junto a otras de sus parientes, estuvieron toda la tarde trabajando, hablando y cantando.

Cuando llegó la hora de marcharse, la hermana de Mayito dijo que estaba muy cansada para regresar a su casa y pidió que le permitieran dormir allí. Como la noche era fría, colgaron los chinchorros alrededor del fuego. Mayito al frente de su marido como siempre y su hermana muy cerca de ella.

Cuando Eufemio creyó que dormían, se convirtió una vez más en mosquito y comenzó a volar emitiendo su peculiar zumbido.

Pero la hermana de Mayito no dormía; sus ojos entreabiertos no podían creer lo que veían

¡Un hombre que se convertía en mosquito! O era al revés. No sabía bien. Pero no había tiempo que perder.

Así que saltando del chinchorro se abalanzó sobre Eufemio, o mejor dicho, sobre el mosquito y, de un solo manotazo, lo arrojó al fuego. Eufemio, o mejor dicho, el mosquito, se achicharró en un santiamén, confundiéndose con el carbón de las brasas.

Al amanecer, a Mayito le extrañó la ausencia de su marido, sacudió su chinchorro y se dispuso a limpiar el fogón mientras su hermana le contaba lo ocurrido durante la noche. Mayito la escuchaba sorprendida arrojando con tristeza las cenizas al viento.

Entonces ambas vieron cómo aquellas cenizas se convertían en mosquitos, muchos mosquitos, tábanos, jejenes y otros tantos bichos que nos hieren con sus picadas. Ese fue el origen de todos ellos. Un mosquito que se enamoró de una hermosa mujer warao.

Dicen que, desde entonces, Araguaimujo parece ser el lugar preferido de los mosquitos en el Delta del Orinoco y que la rana y las aves no volvieron a quejarse. ¡Ahora siempre cantan alegres! Así cuentan.

... y otros cuentos

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