La caimana
Cuando era niña, María Rosa iba a lavar al río con su hermana. En esa época no había electricidad en muchas de las casas del pueblo donde vivían, tampoco lavadoras ni TV, menos aún Internet, ni nada de esas cosas.
Un día de mucho sol, mientras la hermana lavaba María Rosa jugaba cuando de pronto… vio que algo se movía en la orilla. Ella se acercó con cuidado y entre la hojarasca, encontró un caimancito. Él se quedó quieto, tan quieto que ella pudo verse reflejada en la ventanita vertical de sus brillantes y redondos ojos amarillos.
–¡Seguro se había escapado porque las mamás caimanas son muy celosas con sus hijitos! Eso pensó María Rosa que asustada miró para todos lados hasta que su hermana le dijo:
–¡Déjalo ahí y vámonos! ¡No me gustaría ser el almuerzo de una mamá caimana
Pero María Rosa agarró al caimancito y lo escondió en la cesta de la ropa y cuando llegó a su casa le pidió a su papá que la dejara quedarse con él.
-¡Anda papaíto! -insistió ella y él aceptó.
El caimán creció más rápido que María Rosa que lo trataba como a una muñeca y lo dormía en la bañera. Hasta que un día, cuando María Rosa ya se había convertido en una jovencita, el caimán amaneció que no quería comer, ni siquiera se movía.
Muy preocupado, el papá de María Rosa fue en búsqueda del veterinario del pueblo, pero como se trataba de un joven recién llegado de la ciudad capital, pensó que era probable que no supiera mucho de caimanes.
Sin embargo, el joven veterinario atendió la solicitud del papá de María Rosa y lo acompañó hasta su casa. Al llegar, examinó al caimán de arriba abajo, de la nariz a la cola y después de dar un par de vueltas alrededor del atribulado animal declaró:
–Señor papá de María Rosa este no es un caimán, ¡Es una caimana y está muy grande! Además, le hace falta nadar y tomar el sol. Será mejor devolverla al río.
–¡Una caimana! –Exclamó María Rosa que no se lo podía creer y como no quería separarse del caimán que resultó caimana, lloró, pero lloró con mucha compostura porque ya no era una niña.
El señor papá estuvo de acuerdo con el veterinario, aunque le daba mucha pena ver llorar a María Rosa. ¡Eran lágrimas verdaderas! No de cocodrilo, como entonces dijeron las malas lenguas de algunas de sus amigas.
–Es mejor hijita, si no la caimana se va a morir aquí de tristeza.
Y con la ayuda de unos vecinos subieron a la caimana a la parte de atrás de una camioneta grande, de esas de reparto, la sujetaron como pudieron y tomaron la carretera. Fueron leeejos, muy lejos, más allá de Biruaca hasta la boca de un caño que vierte sus aguas en las del río Apure y allí la bajaron.
–¡Aquí seguro, será feliz! –se dijeron ellos mirando satisfechos como la caimana se zambullía en el agua.
Nadie sabe cómo, pero al pasar el tiempo, la caimana regresó al pueblo. Había crecido mucho y la gente asustada se apartaba viéndola caminar por la calle del mercado, ¡Hasta un vecino sacó una escopeta para matarla del puro miedo que daba! Pero María Rosa, que andaba por ahí de compras, enseguida la reconoció y gritó:
–¡No dispare, no dispare por favor!
¿Y qué pasó?
Que el señor de la escopeta no disparó y la caimana siguió a María Rosa hasta su casa donde fue derecho a la bañera. ¡Hacía mucho calor!
Desde entonces, María Rosa la sacaba al patio a tomar el sol y de vez en cuando la llevaba a nadar al río y cuando se casó con aquel joven veterinario que había venido de la ciudad capital, ¡la caimana hasta la iglesia les acompañó!
Fue así como se hizo muy famosa y toda persona que llegaba al pueblo quería ir a conocer a la caimana de María Rosa, que ya no cabía en la bañera y usaba sombrero.
¡Nadie podía creer que existiera una caimana tan grande que fuera amigable! porque la verdad es que a todas las demás ¡les gusta comer gente! Pero esta era diferente y cuando alguien se acercaba, sonreía y patas afuera de la bañera, ¡mostraba sus dientotes para las fotos!
¡Y sanseacabó! hasta aquí llega este cuento de verdad verdadera que ocurrió en mi imaginación cuando conocí al caimán del Orinoco en los Llanos de Apure, allá en Venezuela
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