Los primeros relatos que oí sobre caimanes fue en la voz de mi abuela paterna Carlota Pulgar León, ella, al igual que mi abuelo Venancio Bermúdez Seijas, nacieron y crecieron en Ciudad Bolívar, a orillas del río Orinoco a finales del Siglo XIX. En esa época, ver caimanes merodeando por las orillas del río era tan común como temido.
Mi abuela Carlota Pulgar León.
Con la llegada de un nuevo siglo llegó también el amor. Mis abuelos se embarcaron en un vapor hacia la Isla de Trinidad, se enamoraron, allá se casaron y se volvieron a embarcar, esta vez rumbo a Nueva Orleans de luna de miel. Después de recorrer el Caribe, terminaron radicándose en Trinidad hasta que decidieron regresar a Venezuela.
Ciudad Bolívar en una antigua litografía.
Ya habían pasado más de 50 años de aquel periplo cuando mi abuela vino a pasar una temporada con nosotros en Naguanagua, a donde nos habíamos mudado recientemente. Naguanagua es una población de la zona central de Venezuela que en ese entonces, mediado de los 60, era más campo que casas. Un lugar hermoso, cálido y muy fértil cuyo nombre es indiscutiblemente de origen indígena, aunque no tengo claro que significa.
Mi abuela Carlota y mi abuelo Venancio el día de su boda en la isla de Trinidad.
Nosotros éramos cinco, entre hermanas y hermanos. Luis, mi hermano mayor tendría 14 años de edad, Elia 12, yo, la de todo el medio tendría 9, Carlota 7 y Gustavo, el menor, apenas 4 años. Después de la escuela, pasábamos el tiempo haciendo los deberes o jugando entre la arboleda que rodeaba la casa, pero cuando caía la tarde, después del baño diario, solíamos pedirle a mi abuela que nos contara alguna historia, algún cuento. Cuando ella aceptaba enseguida le decíamos a coro:
―¡Anda Belita que sea de espantos, un cuento de espantos, por favor!
Belita, como llamábamos a mi abuela Carlota, no siempre nos complacía con esto de los espantos. Ella, con una cervecita en la mano si hacía calor o una taza de café si hacía frío, se acomodaba en su mecedora, como toda abuela que se respete, y comenzaba con sus historias. Invariablemente nos refería cuan feliz había sido en Ciudad Bolívar y en Trinidad. Hablaba de fiestas, modas, inundaciones y de todas esas cosas a pesar de nuestra insistencia con los espantos, categoría en la que ella incluía a los cuentos de caimanes, los cuales, como veremos más adelante, son algo así. Porque los caimanes no solo espantan ¡también saben de espantos y aparecidos!, como sucedió con la caimana de Faoro.
Ciudad Bolívar a principios del Siglo XX.
La verdad era que mi abuela le imprimía a esos cuentos una particular emoción ya que formaban parte de sus vivencias infantiles. Como señalé antes, había crecido en una ciudad enclavada en medio de la selva guayanesa, frente a uno de los ríos más caudalosos del mundo. Un río que alberga una fauna increíble en la que destacan estos enormes saurios y sus primas las babas o babos, los verdaderos caimanes.
Infografía del caimán del Orinoco a cargo de N. Ramallo para Río Verde.
Resulta interesante saber que el famoso caimán del Orinoco, que en realidad es un cocodrilo de agua dulce, el Crocodylus intermedius, puede superar los cinco metros de longitud, algunos hablan de hasta siete metros, y pesar más de 400 kilos. Efectivamente, se trata de un depredador muy temido pues puede comer casi de todo, hasta gente si se le atraviesan. Las babas, por su parte, son siempre más pequeñas e inofensivas.
Si quieres saber más sobre este tema puedes ver la serie: El caimán del Orinoco, en el canal de Río Verde.
Sin embargo, a pesar de su tamañote, los caimanes suelen ser muy sigilosos y a veces no se les ve venir. Sin aviso y sin pausa, atrapan a su presa de un solo mordisco, la sujetan con fuerza y se sumergen con ella a una velocidad tal, que no hay salvación posible. En otros casos, si encuentran resistencia o la presa es muy grande, pueden dar terribles volteretas hasta ahogarla y despedazarla para luego desparecer en las oscuras aguas del río. Como no pueden comer debajo del agua, permanecen ocultos sin soltar la presa y al anochecer, salen a la orilla a devorarla.
Lavanderas a orillas del Orinoco imagen tomada de uno de los Blogs de Américo Fernández.
https://orinocando.blogspot.com/2018/08/las-lavanderas-del-orinoco.html
Otra técnica usada por los caimanes es dar un certero coletazo a su posible presa. Levantan su larga y pesada cola como un látigo y de un solo golpe, pueden arrojar al agua a cualquier despitao. Según mi abuela, cuando alguna persona, generalmente lavanderas o pescadores de Ciudad Bolívar, se convertía en presa de un caimán avisao, la ciudad lo sentía como una verdadera tragedia. El caimán se convertía en un espanto diurno y la gente andaba temerosa aunque estuviera lejos del río. Por su parte, algunos ciudadanos se daban a la tarea de buscar y cazar al caimán pues, según decían, había que evitar que el saurio se cebara, o lo que es igual, que se acostumbrara a comer carne humana. Otros escribían en la prensa sobre lo ocurrido, lo repetían en el bar o en cada esquina y hasta tanto no atraparan al caimán, las lavanderas trataban de evitar el río.
Cuando al fin lograban darle caza, amarraban al temido animal al bote o curiara y lo remolcaban hasta las lajas de piedra a la orilla del río, donde lo destripaban. De esta manera aprovechaban la piel, los dientes y la manteca del caimán. En ocasiones, como prueba de sus fechorías, le encontraban en la panza restos humanos y objetos diversos, entre ellos, joyas. Pero ¡uff!, no todo ha sido tan espantoso como parece, ya que el caimán del Orinoco también nos ha dejado algunas historias de amor y valentía.
Hace poco, por ejemplo, mi amiga Elizabeth Méndez de Elguezabal, biológa cumanesa, me contó que su abuelo margariteño, que ostentaba un nombre larguísimo pero que en confianza llamaré Santos Millán, se embarcó en uno de esos viajes de pesca y aventura de la isla hasta Guayana. Viajes que eran comunes hasta mediados del Siglo XX. Al llegar a Ciudad Bolívar, el pescador se encontró con el revuelo provocado por uno de estos caimanes cebaos de los que hablaba mi abuela y decidió cazarlo. El caso es que una tarde, cuando el sol comenzaba a descender y amainó el calor, Santos tomó una pequeña embarcación y se acercó hasta la Piedra del Medio, donde algunos lugareños decían que pernotaba el caimán. Allí lo esperó y poco después de oscurecer, el caimán le llegó muy cerca. Al verlo Santos encendió su lámpara, lo encandiló y sin perder tiempo se lanzó sobre el animal cuchillo en mano. Después de varias volteretas y ante los gritos de sus compañeros y la algarabía que se había armado en la orilla del río, salió de las aguas un poco maltrecho y despeinado, pero risueño. Estaba vivo y aunque el caimán no tuvo la misma suerte, logró sujetarlo antes de que lo arrastrara la corriente, lo jaloneó y lo amarró a la embarcación; como ya he anotado que era la costumbre entonces. Al llegar a la orilla convertido en el héroe de la ciudad, todo eran vivas y felicitaciones. Fue entonces cuando una hermosa jovencita se le prendió del brazo y no lo soló hasta que Santos se fue de este mundo. Esa jovencita guayanesa, llamada Petra Mercedes Cortés López, fue la abuela de mi amiga Elizabeth.
Portada de la obra de Humboldt, traducida por el sabio venezolano Lisandro Alvarado, de la cual se tomó la cita sobre el caimán.
Uno de esos cuentos que le hacíamos repetir una y otra vez a mi abuela Carlota, era aquel que tenía un desenlace diferente y para nosotros realmente increíble. Resultó que en una ocasión, mientras una joven mujer lavaba sobre las lajas del río, apareció un caimán a su lado y sin darle tiempo, la atrapó por un brazo tratando de ahogarla. La joven mujer luchó por mantenerse a flote y apenas pudo hincó sus dedos en los ojos del caimán. Lo hizo con tal fuerza que el animal adolorido abrió su bocota, la dejó libre y enseguida se sumergió en el río. Los gritos de auxilio de las otras lavanderas atrajeron a mucha gente quienes a toda prisa, ayudaron a la joven a ponerse a salvo.
La noticia de su audacia apareción en la prensa y corrió de boca en boca a lo largo del río. Después, supe que esta treta era muy conocida entre los pescadores indígenas de la región y que a unos cuantos le salvó la vida. También leí que el sabio Alejandro de Humboldt refirió en su obra “Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente” un caso similar ocurrido a una joven indígena de Orituco, quien salvó su vida de igual manera, aunque perdió el brazo por el cual la había atrapado el caimán. El mismo sabio comenta seguidamente, que luego se enteraría de que dicha técnica había sido usada por un hombre en África, donde también existen unos cocodrilos de gran tamaño. Como escribió Humboldt entonces: “igual presencia de espíritu, igual combinación de ideas», pero aquí no se acaba el cuento…
Ilustración de Olga Cuéllar.
Pingback: SE ARMÓ LA CAIMANERA – Beatriz Bermúdez Rothe
Excelente contenido, relajante escrito, educándonos sutilmente. Gracias Beatriz, sube tus pelis, tesis, libros, proyectos pasados y futuros a este mundo virtual…
Me gustan los cuentos de Beatriz.