En este momento estás viendo FRANCISCO TOLEDO, EL CONEJO Y EL COYOTE

FRANCISCO TOLEDO, EL CONEJO Y EL COYOTE

 Didxaguca’ sti’ Lexu ne Gueu’

Versión de Natalia Toledo. Ilustraciones de Francisco Toledo.

Edición bilingüe español-zapoteco, el idioma de las nubes. Colección Clásicos. México DF: Fondo de Cultura Económica, 2008.

Conejo, en el idioma warao significa mentira o mentiroso. No he indagado mucho sobre el origen etimológico de esta palabra, pero al parecer es ibérico, preromano o lo que es igual, antecede al latín. Según algunas fuentes, estos animalitos eran oriundos de la península Ibérica y no se conocían en Grecia ni en Italia.

El por qué en África y América asocian al conejo con la astucia, con la mentira, quizás se deba a su habilidad para engañar a sus depredadores, hasta el punto, de hacerse el muerto. Literalmente. Habilidad que se resalta en la literatura popular de ambos continentes. Y en eso de burlarse de los depredadores Francisco Toledo los iguala. No hay duda, ya que él, siendo un artista de origen indígena logró burlar a los poderosos al impedir que silenciaran su voz, su obra, su visión del mundo, gracias a su arte y astucia. Un artista que enalteció a su pueblo y llenó de orgullo a Oaxaca y a México entero y al que siempre estaré agradecida.

Por eso, cuando escribí estas palabras para «Bitácoras», una sección de la web de la Fundación Cuatro Gatos que rescata historias de esos libros que nos marcaron, -ya no esta en esa página por razones de espacio- no pude dejar de pensar en lo mucho que comparten los pueblos indígenas. Recordé a los warao y sus muchas versiones de estos relatos populares, a los narradores, a esas versiones nunca escritas y menos aún publicadas y sin embargo, ¡tan vivas!

Sirva esta «entrada» como un sencillo homenaje a Toledo, a ese «ilustrador» de mitos e imaginarios negados. A ese activista y fabulador comprometido a quien el dolor por los suyos, lo llevo a otro plano.

Va el texto que apareció en Bitácoras

A veces resulta complicado reconocer cuales son los libros que nos han marcado. Para mí, son muchos; pero puedo decir sin lugar a dudas que este cuento del que el FCE editó una magnifica versión en 2008, me abrió las puertas y me empujó por un camino profesional que hasta entonces no había imaginado. Dado que se trata de una publicación de la cual se han escrito magnificas reseñas y críticas, algunas difíciles de superar, me gustaría referir parte de lo que ha sido mi experiencia personal desde mi visión como antropóloga.

La primera vez que tuve este cuento en mis manos fue en 1983. Entonces trabajaba en el ICAS, Instituto Caribe de Antropología y Sociología de la Fundación La Salle, en Caracas. Estaba en la Biblioteca del ICAS revisando “novedades” con Librado Moraleda, un líder y maestro indígena, cuando el libro cayó en nuestras manos. Nos extrañó porque no se trataba de un libro de antropología sino una enciclopedia infantil y no teníamos idea de cómo y por qué había llegado hasta allí. Comenzamos a ojearlo cuando unas imágenes llamaron nuestra atención y nos dimos cuenta de que se trataba de un cuento escrito en un idioma indígena.

         – ¡Qué bonito! ¿Cuándo tendremos nosotros libros así en la escuela? Todo lo que nos llega es feo y en español, – exclamó Librado.

Para ese entonces, una de las demandas más sentidas de los docentes indígenas era que se publicaran libros en sus idiomas, pero intuí que eso no era suficiente, que ellos también aspiraban a tener acceso a libros bien hechos, a ediciones cuidadas. Libros donde pudieran reconocerse, leerse y que además fueran capaces de producir aquel goce estético que compartíamos en ese momento.

Esa demanda continúa vigente en todo el continente, pues si bien el número y la calidad de las publicaciones en idiomas indígenas han crecido exponencialmente, aún es mucho lo que falta por hacer.

Debemos considerar que nada más en México existen, aproximadamente, 10 millones de personas que hablan en distintos idiomas, una realidad ignorada por la mayoría de las editoriales y que ha llevado a los indígenas a crear y gestionar sus propias ediciones. Lamentablemente, a pesar de sus esfuerzos y de la excelente calidad de la mayoría de sus libros, estos son tan poco conocidos, y tan poco promovidos entre los lectores, como lo es el acervo cultural indígena.

Aquel libro “bonito”, era el primer libro bilingüe dedicado a lectores infantiles que conocía y que luego inspiraría mi trabajo como editora y también el de Librado como autor y como docente. Las imágenes que tanto nos habían gustado eran las que Francisco Toledo, en su particular y genial estilo, había creado para ilustrar la versión zapoteca del cuento “El conejo y el coyote”. Relato que formaba parte de uno de los 10 volúmenes de lo que fue la Enciclopedia Infantil Colibrí (1979), editada por la Secretaría de Educación Pública (SEP) de México y editorial Salvat. Proyecto que adelantaba Mariana Yampolski, la recordada fotógrafa y editora mexicana, y de quien en 1995, en su casa de Tlalpan, tuve el honor y el privilegio de recibir un ejemplar del volumen que incluía el cuento. Esta maravillosa enciclopedia tenía entre sus objetivos: “Estimular la imaginación, la creatividad, y la reflexión crítica de los niños y los jóvenes ante el individuo, la naturaleza y la sociedad. Colibrí, el más divertido vuelo hacia el saber”.

 

LA EDICIÓN DE 2008

En esta nueva edición del Cuento del conejo y el coyote del FCE, se incluyen los 33 gouaches que Toledo había creado originalmente para Colibrí y de los cuales sólo se habían seleccionado 16. Además contiene la versión de la poeta Natalia Toledo, hija del pintor, escrita en tres idiomas: español, diidxazá – una de las variantes del idioma zapoteco- e inglés). Incluye también textos de Carlos Monsiváis, quien fuera amigo personal de Toledo, de Luis Carlos Emerich y de la colega Elisa Ramírez.

Del tiraje de 2 mil 500 ejemplares, mil vienen en una caja que contiene un facsimilar original, firmado y numerado por el artista, elaborado con papel hecho a mano en Oaxaca e incrustaciones de mica. Si no me equivoco, también lanzaron un tiraje con un formato más pequeño, como el que conseguí hace pocos años en la librería del FCE, en Caracas. Esto de las distintas ediciones lo explica bien Omar González en su Blog, en una entrada donde escribe sobre otra obra en la que aparecen como coautores padre e hija. http://notasomargonzalez.blogspot.com/2012/11/la-muerte-pies-ligeros.html

Pero ¿qué hace tan especial este libro para que se haga una edición con tales características? Para mí, no es sólo el hecho de que Toledo sea uno de los artistas plásticos más reconocidos de México en la actualidad, sino que su origen indígena, su compromiso con su idioma y su cultura, le llevaron a recrear ese popular relato con imágenes de tal belleza y fuerza plástica que es difícil ser indiferente ante las mismas. Es una obra actual, plena de simbolismos y de un colorido y formas inusuales en un libro infantil para entonces, pero que innegablemente tiene sus raíces en una de las culturas más antiguas y ricas del continente.

Por su parte, Natalia Toledo, quien fuera monolingüe hasta los 11 años cuando aprendió español, se ha ganado por mérito propio su puesto en las letras mexicanas. En una entrevista que concediera al periodista argentino Mario Casasus y publicado en El Clarín.cl, Natalia habla sobre varios aspectos resaltantes de esta publicación.

En primer lugar, señala que se trata de una narración que pertenece al imaginario colectivo de muchos pueblos indígenas de su país, de las variaciones que de él existen, algunas de las cuales sustituyen al conejo por un correcaminos u otro animal igualmente ágil y rápido. Pero muy especialmente de los matices lingüísticos que su condición de bilingüe le permite incluir y recrear en la mencionada obra.

El idioma diidxazá, su idioma materno, es un antiquísimo idioma que forma parte de la macrolengua zapoteca, pero que comenzó a escribirse utilizando el alfabeto latino hace menos de un siglo. El diidxazá es un idioma tonal, eufónico, -hacemos música cuando hablamos-, dice Natalia. Un idioma cargado de onomatopeyas que le imprimen una sonoridad difícil de traducir al español, lo cual ella ejemplifica de la siguiente manera:

          -El agua no hierve igual en español, en nuestro idioma suena xpocoxpoco y la caída de un conejo ndxinglón, no suena igual en Oaxaca que en Ciudad de México.

Los relatos del conejo y el coyote son un verdadero “clásico” de la literatura mexicana ya que, tal como Natalia Toledo lo señala, forman parte de la tradición oral de muchos pueblos indígenas de México, pero también de otros países de América donde los personajes cambian pero la esencia de la trama es la misma. Un animal pequeño que se salva de su depredador, más grande y fuerte que él, gracias a su astucia. Aunque es de hacer notar, que en sus pinturas, Toledo iguala a ambos animales en tamaño. Tal como se evidencia en la tapa de la edición de 2008.

Estas narraciones, al contrario de otros “clásicos”, no abordan la eterna lucha entre el bien y el mal. No son cuentos dónde los malos son castigados y los buenos triunfan gracias a la magia y son premiados con tesoros. No hay belleza ni fealdad, ni reyes ni siervos. Si bien comparten con la fábula, como género literario, su brevedad y el hecho de que sus personajes son animales que hablan, piensan y se portan como humanos, no contienen una moraleja, no son cuentos didácticos, ni ejemplarizantes. No hay hadas ni magos, pero si mucha imaginación y sobre todo mucho humor y picardía. Pareciera que sólo pretenden divertir, burlarse del que se siente más fuerte y poderoso; una especie de mecanismo de compensación de los más débiles, de los que están en una constante lucha por sobrevivir.

Quizás por esta razón y por el hecho de que estos cuentos son muy populares en los países de la cuenca del Caribe y en el sur de los Estados Unidos, particularmente en zonas donde hubo enclaves de población africana, libres o esclavizadas, algunos investigadores señalan que fueron ellos quienes los trajeron de África y los echaron a andar por estas tierras. Por supuesto los indígenas y mestizos los hicieron suyos, los primeros, tan suyos que muy comúnmente mandan al conejo a la Luna, tal como lo hiciera Quetzalcóatl, según la mitología náhuatl, cuando estampó la figura del conejo sobre la horadada superficie lunar para agradecerle se ofreciera como alimento y salvarle del hambre. De la misma manera, encontramos otros elementos que solo están presentes en el continente americano a partir de la invasión europea, como es el queso y otros aún más recientes, como el bote de hojalata que incorpora Natalia en su versión:

Conejo es de corazón alegre: ama las fiestas y le encanta vagar como hoja de maíz de la mano del viento. En una noche, bajo la jícara brillante de la luna, Conejo ‘orejas de totopo’ tenía hambre, le chillaban las tripas caminaba pateando un bote de hojalata. De repente, levantó la vista y descubrió un huerto repleto de chiles; se escurrió bajo las púas del cerco y escogió para comer los más grandes, que colgaban como aretes en las orejas de las matas”.

Como vemos, “orejas de totopo” no es un héroe. Es un personaje común, con necesidades comunes, como saciar el hambre y la sed. Un personaje que sobre todo, quiere salvar su pellejo, aunque sea con mentiras tontas, tan tontas cómo puede ser el coyote pero tan efectivas que dan risa. Sí, es un cuento divertido, hermosamente narrado y magistralmente ilustrado, pero ¿qué nos dice este cuento de los be’nezaa, del pueblo de las nubes, como se llaman a sí mismos los zapotecas? De ese pueblo al que pertenecen los Toledo y por lo menos un millar más de personas. Quizás mucho, quizás poco, aunque es probable que gracias a su lectura una niña, un niño, un joven, una persona cualquiera, por simple curiosidad, le dé un clip a su computadora o deslice sus dedos sobre una pantalla y descubra quienes son.

Sabrá entonces que los be’nezaa, son un pueblo indígena que desde hace miles y miles de años ocupa un vasto territorio al sur de México, donde desarrollaron una civilización que alcanzó un gran esplendor. Allí construyeron imponentes monumentos como Monte Albán, hermosas ciudades y avanzados sistemas agrícolas. Sabrá que zapoteco es una palabra de origen náhuatl que significa “pueblo del zapote”, un fruto que abunda en esa región. Sabrá que los be’nezaa desarrollaron su propio calendario y un sistema logofonético de escritura. Sistema que utiliza un carácter individual para representar cada sílaba y que según algunos indicios, puede haber sido la base de otros sistemas de escritura mesoamericanos como el olmeca, el maya, el mixteco y el náhuatl. Sabrá también que al igual que esos pueblos, los zapotecas crearon magníficos libros y conocieron diferentes formas de lectura y escritura a las que espero algún día tengamos oportunidad de acercarnos y dejarnos maravillar por su arte y poesía.

Beatriz Bermudez Rothe

Antropóloga, creadora multidisciplinar, escritora y editora venezolana.

Deja una respuesta