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JOJOMARE, LA FIESTA DEL VIOLÍN ENTRE LOS WARAO

El jojomare es una fiesta de baile muy alegre en la que los warao estrechan lazos familiares y de amistad y en la que también solicitan, y agradecen, la protección de la energía vital o espíritus de la casa y la selva, a los que algunos llaman «dueños o dueñas».

Así tenemos que un día, al amanecer, uno de los jefes de la ranchería le dice a sus parientes:

El espíritu de la casa le habla en sueños al jefe de la ranchería. Figura dibujada por un warao y recopilada por Johannes Wilbert. La ilustración es de María Isabel Hoyos para «Jojomare, música y baile warao»; obra bilingüe que publicamos en 1999.

–Anoche, en mis sueños, el espíritu de mi casa me comunicó que quiere fiesta, quiere guarapo, quiere bailar, así me dijo.

A partir de ese momento y con gran entusiasmo, se comienzan los preparativos para la fiesta, unos y otras van al conuco a cortar la caña de azúcar, otros arreglan la prensa para sacarle el jugo a la caña, mientras las mujeres alistan el tinajón para preparar el guarapo.

–¿Para cuándo es la fiesta? –comienzan a preguntar con insistencia los vecinos en la ranchería.

–Pronto, –dice el jefe dueño de la casa–, en cuanto salga la luna llena y no esté tan oscuro.

Pero el espíritu de la casa sólo tendrá fiesta cuando el tinajón del guarapo esté bien lleno.

Finalmente, el esperado día del jojomare llega y en caso de que el anfitrión no sea shamán o wisiratu, como lo llaman los warao, él mismo irá bien temprano en busca del wisiratu para pedirle:

–Quiero que hoy le hables al espíritu de mi casa. Dale todo el guarapo que pida.

A la caída del sol, llega el wisiratu en su curiara al sitio de la fiesta al que encontrará iluminado con lámparas de aceite. Entra en la casa, se sienta, enciende su tabaco y le canta así al espíritu de la casa:

–Señor de la casa, ¡todo esto es por tí!

El espíritu de la casa, deja entonces oír sus palabras por la voz del wisiratu:

Janoko a rotu, janoko a kobe, ine. “El dueño de la casa, el corazón de la casa soy”– ¿Quieren bailar?

–¡Sí! –contesta el wisiratu, –queremos bailar.

–¿Ya es tiempo, entonces?

–Sí, ya ha llegado el momento –agrega el wisiratu.

–Está buien, pues, pueden bailar. Yo estoy contento y ustedes están contentos y aunque no pueden verme, yo, desde donde estoy si puedo verlos. Todas y todos estamos contentos. Y, ahora bailemos juntos.

El wisiratu echa una bocanada de humo del tabaco hacia el techo y a continuación se acerca al tinajón de guarapo. Llena una totuma y arroja su contenido al centro del techo, donde se encuentra el espíritu. Si es un buen shamán, ni una sola gota de guarapo caerá al suelo. Luego hace lo mismo en cada una de las cuatro esquinas de la casa.

–Mucho ojo –advierte el wisiratu, –que el guarapo está fuerte. Seamos todos amigos.

– ¡Qué no haya pleitos! –ruega el anfitrión, dueño de la casa– Si se pelean, la gente va hablar mal de mi fiesta.

Entran entonces los hombres más viejos y se sientan uno al lado del otro en los laterales de la casa. El anfitrión les ofrece una totuma con guarapo. Luego entran las parejas sus familias. Ya han llegado todos los invitados, es el momento de comenzar el baile. El violinista se coloca en el centro de la casa, los hombres y las mujeres forman sus filas unas frente a los otros y, enlazados, empiezan a bailar y a cantar.

Así va pasando el tiempo, baila y baila, y apenas el violinista se sienta a descansar o se detiene para beber un poco de guarapo, las mujeres le ruegan:

–¡Anda, toca el violín otra vez, maremare! ¡sigue tocando, no te detengas!

Y el maremare, como llaman al músico los warao, toma el violín y hace vibrar de nuevo sus cuerdas tocando aquellas canciones que tanto le gusta cantar a la gente.

Al amanecer ya todos están cansados, se vació el tinajón de guarapo, se acabó la fiesta. El músico, al igual que los demás, regresa a su casa. Al llegar, toma un pedazo de tela, envuelve delicadamente su instrumento y lo cuelga en la viga del techo que da hacia el lado por donde nace el sol. Allí, descansará el violín hasta la próxima fiesta o hasta que su canto susurre de nuevo al oído del músico y este lo haga tañer alegrando el corazón de los warao.

No se sabe exactamente cómo, ni cuándo llegó el violín al Delta del Orinoco. Pero los warao conocen y narran la historia de Naku. Un mono negro que vino desde la Isla de Trinidad trayendo al Delta un hermoso violín, al que llamaba Sekesekeima, con cuya melodiosa y mágica música, logró cautivar a quienes allí vivían.

Mukobito, Jesús Rojas, apreciado violinista warao con su sekeseke, un violín elaborado por él mismo. Foto cortesía de Héctor Figueroa, 2007.

Beatriz Bermudez Rothe

Antropóloga, creadora multidisciplinar, escritora y editora venezolana.

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