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LOS WARAO

UN MOSQUITO ENAMORADO

Es un relato que escribí en 1999 para el II Concurso de Cuentos Infantiles «Panchito Mandefúa», de la Radio Universitaria de la Universidad de Carabobo, donde obtuvo el Primer Premio. Gracias a ese premio, que fue muy publicitado, Playco Editores compró los derechos y lo editó en 2009. ¡Diez años después! Como compensación por los años de espera, el Mosquito fue seleccionado por la Internationale Jugendbibliothek para formar parte del catálogo The White Ravens 2009 y en Caracas, ¡lo celebramos a lo grande!

Ilustrado por Walther Sorg, el cuento está basado en una narración mítica warao sobre el origen de los mosquitos.

Se trata de un mito un poco cruel, como todos los mitos, al que pretendí darle el mismo toque de humor con el que me lo narraron los warao.

A ellos les divertía cuanto me hacían sufrir los mosquitos con sus picadas. Sobre todo al atardecer, cuando nos sentábamos a conversar a la orilla de un caño. Las mujeres, más discretas y solidarias, me ofrecían una loción aceitosa que aliviaba mi «sufrimiento» y evitaba que los mosquitos se me acercaran. Eso ocurrió por allá, por el año 1980, cuando yo hacía mis primeras incursiones de campo como antropóloga.

Esa experiencia se quedó en mí como un aguijoncito, pues desde entonces me animaba la idea de difundir la rica tradición oral de los warao entre el público infantil.

En este caso, me apropié de lo que recordaba de la narración, le di nombres propios a los personajes de la misma, un marco ecologista y un toque feminista, inspirada en la sabiduría indígena.

Tomé en cuenta un elemento fundamental que subyace en toda cosmovisión indígena: ese que nos señala que formamos parte de una única energía vital. Que los seres humanos sólo somos una especie más en la naturaleza y que en ella, todo está interrelacionado, interconectado.

Según esta cosmovisión, cada ser vivo u objeto, tiene su significación y juega un papel en esa trama vital; entre ellos los mosquitos, las aves, sapos y ranas.

Por su parte, las aves están asociadas con la sabiduría, y de las casi 300 especies que viven en el Delta, más del 50% son insectívoras, al igual que la rana waka; lo cual me motivó a incluirlas en esta versión del relato.

Quise además mencionar algún lugar específico del Delta Amacuro y se me ocurrió “Araguaimujo”, por su sonoridad. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando al tratar de conocer su significado etimológico pude leer en el diccionario warao lo siguiente: “En sus márgenes es muy densa la plaga de mosquitos”!

Como ya he comentado, Un mosquito enamorado fue seleccionado para el prestigioso catálogo The White Ravens 2009, un listado de los mejores libros infantiles preparado por la Biblioteca Internacional de la Juventud de Múnich, en Alemania. Cada año, los especialistas de esta institución seleccionan entre los miles de libros que reciben como donaciones, aquellos títulos de publicación reciente que consideran particularmente notables.

Este “sello de calidad” se otorga a ediciones de interés internacional que merecen una difusión más amplia en razón de su temática universal y/o de su excepcional y frecuentemente innovador estilo artístico y literario.

La celebración «a lo grande» tuvo lugar en la librería El Buscón, con Katyna Henríquez como anfitriona; además, contó con las palabras de presentación de Horacio Biord Castillo (Investigador del IVIC, experto en literatura indígena y miembro de la Academia de la Lengua).

Por su parte, mis amigas, las cuentacuentos Ana Luisa Blanco y Gloria Núñez, maraca en mano, ofrecieron una entretenida interpretación del cuento para el deleite del público presente. Hubo firma de libros y nos divertimos un montón.

De allí, Un Mosquito Enamorado, salió volando para la Feria del Libro de Guatemala FILGUA y desde entonces no ha detenido su vuelo por distintas partes del mundo.

LOS WARAO

Los warao constituyen hoy en día uno de los pueblos indígenas más numerosos de Venezuela, y también uno de los más amenazados por enfermedades como el sida, la tuberculosis y la malaria.

Gente pacífica y hospitalaria, reconocidos como excelentes navegantes y artesanos, los warao habitan desde hace miles de años en el Delta del Orinoco, al que señalan como el “Corazón del mundo”, su territorio sagrado. Allí, antes de encontrarse con el mar, este inmenso y caudaloso río se abre como un abanico vertiendo sus aguas en muchos brazos que a su vez, se dividen en cientos de caños y cañitos. En sus orillas, y sobre las aguas, los warao construyen sus viviendas o palafitos. La unión de estos palafitos o janoko, como llaman a sus viviendas, forman una ranchería, y una o varias rancherías constituyen una comunidad, en la que la mayoría de sus habitantes son parientes.

Janoko es una palabra en idioma warao que se traduce como “el sitio del chinchorro”, esas redes colgantes o hamacas que les sirven de cama o asiento y que son la pieza más importante del mobiliario warao y muchas veces, la única.

Araguaimujo, la comunidad donde hemos imaginado ocurre nuestra historia, está ubicada en un tranquilo caño del río Araguao, donde se dice, abundan los mosquitos y otros insectos como el jején y el tábano. El jején, conocido en el mundo científico como Phlebotomus papatasi, parece un mosquito pero es más pequeño y el tábano, parece una mosca pero es más grande y ruidoso.

Se dice que existen unas 465 especies de Anopheles o mosquitos, y de ellas unas 50 son capaces de transmitir la malaria o paludismo. Sin embargo, hasta hace relativamente poco tiempo, ninguna de estas especies transmisoras era común en el Delta. Las mutaciones producidas por los plaguicidas, y otros agentes químicos, modificaron esta realidad y hoy, mosquitos transmisores de enfermedades más letales y resistentes a los medicamentos constituyen una amenaza para la salud del pueblo warao.

Para saber más de la fauna del Delta consulté a varios amigos e investigadores de La Fundación de Ciencias de la Salle de Caracas, entre ellos a Giuseppe Colonnello, que sabe mucho de todo, a Marcos Salcedo, que sabe de aves, en especial de las aves del Delta y a Celsa Señaris, experta en los batracios de la región; también al colega Werner Wilbert, antropólogo y epidemiólogo, quienes me dieron muchos datos sobre los mosquitos, así como valiosa información sobre la relación de los warao con la muy diversa fauna del Delta.

Según Celsa, la rana waka, no es una rana cualquiera, es una rana arbórea que vive oculta en los huecos de los árboles durante el día y sale a cazar insectos por la noche. Es entonces cuando los machos dejan oír su agudo y peculiar canto. También se le conoce como “rana lechera”, (Trachycephalus venulosus) debido a un secreción blanca lechosa que exuda cuando alguien trata de agarrarla o se siente amenazada. Esta secreción venenosa es capaz de producir irritaciones en la piel humana parecidas a las de una quemadura. Por eso los warao la asocian con la mítica rana a quien le robaron el fuego en tiempos primigenios.

El Delta del Orinoco es una inmensa región y en sus aguas e islas cenagosas viven además de waka, una gran variedad de aves y como ya sabemos, animales de todo tipo. Pero también muchos árboles y diferentes palmas, todo, gracias a lo cual, los warao obtienen cuanto necesitan para vivir.

Del tronco de los grandes árboles, de maderas duras y resistentes, elaboran sus embarcaciones a las que llaman curiaras o wajibaka, y con ellas se trasladan de un sitio a otro y tiempo atrás, hasta se aventuraron a recorrer el Mar Caribe.

También con madera construyen las bases de sus casas, las que luego techan con hojas de palma. De las palmas aprovechan sus también sus frutos, tronco y hasta su savia, siendo el moriche y el temiche las más usadas. De los cogollos de la palma del moriche, las mujeres obtienen unas fibras con las que hacen cordeles, cestas, adornos y tejen chinchorros. Del tronco del moriche y del temiche extraen una fécula con la que elaboran unas tortas muy sabrosas que llaman yuruma.

Hasta hace poco tiempo, las tortas de yuruma constituían la base de la alimentación de la familia warao, la cual complementaban con una rica variedad de peces, cangrejos, larvas, frutas, miel, yuca, ocumo, caña de azúcar y otros frutos que cultivan en sus huertos o conucos.

El fogón es la cocina del warao, pero también encienden pequeñas fogatas muy cerca de los chinchorros para calentarse durante las frías madrugadas del Delta y ahuyentar a los mosquitos.

Los warao poseen un hermoso y musical idioma, así como una rica tradición oral que ha sido recogida en numerosas publicaciones. Lamentablemente la mayoría de estas publicaciones está dirigida a especialistas, de allí nuestro empeño en difundir ampliamente el legado de la cultura warao. Porque además, los warao conocen muy bien el Delta, el ritmo de sus aguas, los peces, aves y plantas que viven en él y lo han sabido cuidar y conservar para que otras personas, como nosotros, podamos disfrutarlo. Hagamos como ellos ¡Cuídemos al Delta, al Orinoco y a toda la naturaleza!

Beatriz Bermudez Rothe

Antropóloga, creadora multidisciplinar, escritora y editora venezolana.

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